Historia

San Francisco Tutepetongo el Pueblo del Pájaro Divino 

Ante el interés de la comunidad cuicateca por conocer más de cerca la historia propia iniciaremos a partir de esta publicación a recuperar algunas recopilaciones provenientes de la tradición oral, afortunadamente aún vigente de nuestra historia, las fuentes son diversas, en esta ocasión retomamos parte de la recuperación de Ilke Elizabeth Schouten, publicada en su texto cuyo título original es Yan Davi, el Pueblo del Rayo, mismo que debido a que hemos encontrado algunas inconsistencias en la transcripción al cuicateco nos hemos tomado la libertad de reescribir quedando como sigue; Ñáan Davi, el Pueblo del Rayo.

En esta ocasión iniciamos con el relato de la historia de la comunidad de San Francisco Tutepetongo, comunidad especialmente significativa por ser la cuna del CONGRESO AUTÓNOMO CUICATECO. 

Tutepetongo se encuentra en la región de La Cañada. Al norte del estado de Oaxaca, en donde se han registrado un gran número de asentamientos precoloniales descritos de diversas formas en el mismo número de investigaciones realizadas en dicha región. 

Fragmento del Códice Porfirio Diáz, el glifo

de Tutepetongo aparece arriba a la izquierda. 

Glifo de Tutepetongo,

Códice Porfirio Diáz.

Tutepetongo el lugar del Pájaro Divino

Tutepetongo significa lo mismo que el nombre cuicateco de esta comunidad, Ñáan y’ada o yy’ada: pueblo de pájaro (Ñáan=pueblo, y’ada=pájaro). Don Valdomero de este pueblo (edad: sesenta años) me dio un relato que narra de un pájaro que vivió en las ruinas arriba del pueblo, denominado “El Despoblado” donde se encontraba Tutepetongo en tiempos inmemoriales según los habitantes. Es por este pájaro que Tutepetongo se llama “pueblo del pájaro”. En cuicateco “El Despoblado” se llama Yavañáan, yava=peña y Ñáa=pueblo. Esta historia fue originalmente escrita en el año de 1932.

  En esta imagen se muestra la loma, denominada el despoblado

Cuentan las crónicas del antiguo Yavañáan la siguiente leyenda: 


Pájaro Divino

Los habitantes del pueblo fundado sobre las peñas fueron siempre virtuosos, como una divinidad que cuidaba el destino de este pueblo, existía un pájaro hermosísimo de vistoso plumaje multicolor, de melodioso canto y de misión milagrosa y benéfica.

Cuando el pueblo dormía, el ave milagrosa visitaba las casas en medio de las sombras de la noche y dejaba en cada habitación, debido a su abundante riqueza, lo necesario para el gasto diario de la familia.

Un día los hechiceros de otro pueblo distante hasta donde había llegado la fama del pájaro milagroso, de florido plumaje y canto melodioso en el diario atardecer; lo aprisionaron en el tejido fino de una red hecha con hilos electrizados por el rayo, al pájaro bello se lo llevaron a tierras lejanas, desconocidas, remotas.

En Yavañáan hubo gran duelo, los lugares engalanados por el tornasol del ave divina, tendieron un manto de inconsolable tristeza. No se oyó más el himno melodioso del ave musical. Ni la blanca alborada matinal, ni la tarde enrojecida y aureolada con nubes caprichosas, ni la hora solemne en que la noche desdoblaba su mantilla obscura sobre el horizonte, oyeron los acordes cristalinos del pájaro perdido para siempre.

Sobre la torrecilla de la casa sagrada, no se dibujó más la silueta graciosa del ave providencial.

El pueblo hundido en la más inconsolable desolación, interrogaba al cielo, qué pecado originó tal castigo, penitencias de desagravio interminable y llantos, oraciones y ofrendas se cruzaron; el dolor de Yavañáan era inconsolable. La sabiduría de los ancianos, la vivacidad de los jóvenes, los sortilegios de los hechiceros, ni una huella descubrieron.

Pasaban los días y las noches, cambió la estación del crudo invierno, las brisas y la floración de los campos, y el ave llorada nunca llegó; ante lo irremediable, los hombres abandonaron la inutilidad de sus ruegos y se entregaron en brazos del trabajo. Una mañana al brillar un rayito del sol, en el terso rostro del nopal, que alimentó con su fruto por mucho tiempo al ave milagrosa, un anciano sacerdote vio una gran mano blanca que parecía extenderse rápidamente por la gallarda planta. Era tal vez la última deposición del ave divina, semilla de bendición para todos. Ella destilaba un hermoso carmesí, fuente de riqueza; desde entonces, para el infortunado Yavañáan era la grana que se cultivó con cuidado y se cosechó con devoción haciéndola objeto de alto valor comercial.

Sobre una loma pulida por manos virtuosas, con el púrpura heredado se dibujó el ave desaparecida, colocando una losa en el lugar en que se realizó el milagro, mismo que señala el sitio frecuentado por el ave, por cuyo honor lleva el nombre del pueblo que hoy se conoce como Tutepetongo.

Nota: Esta versión es personal, puesto que la que recupera Ilke Elizabeth Schouten es un tanto ilegible en algunos párrafos)

Nota: Utilizamos aquí la palabra Ñáa en vez de Yan, empleada por Ilke Elizabeth Schouten en su trabajo debido a que yan deriva yaana=perro, lo cual es diferente de Ñáa: pueblo, gente que es como se denomina a la comunidad mencionada, debido a ello hemos sustituido la palabra yan por Ñáa.